miércoles, 9 de enero de 2013

Me busco - Negro Vargas

Me busco.

Te escribiría una canción te haría un poema, les haría esta escena y una y mil obras más, les dedico estas líneas y la vergüenza de esta alma, el dolor de todo, porque serán la carne con que se alimentaran los buitres de la democracia, estoy seguro que la democracia llegara a este país, pero  tengo tanto miedo de que aquellos que ayer eran golpistas, hoy se visten de discidentes y mañaa se vestirán de presidentes, tengo miedo y rabia de una bala para ellos, porque quiero tener una mamita como la que le mataron sus hijos que tiene la dignidad tan grande y ancha que se le escapa a este territorio, porque tengo miedo de estos que están arriba, los que yo se eran golpistas, ellos pidieron la muerte de este país, y si bien  ningún gobierno nunca podrá presentarnos ni representarnos ni nada mas q apresarnos, nunca  tanta muerte y triztesa vivio en esta faja de tierra, y  de sus cuerpos calientes que antes de enfriarse ya son historia, ya son silencio ya son olvido y sobre vuestros cuerpos enterrados  se construirá la democracia mentirosa de estos renovados, porque los exiliados vuelven a un país que no les pertenece, con el amor de esa madre que no pudo irse a europa y tubo que criar a sus hijos haciéndole el quiete a las balas y al hambre,  de ellos es este país esta historia, y para que nosotros resistamos, para nosotros poder estar presentes en la memoria de nuestros hijos, para ellos regalamos nuestra vida, dedicamos nuestra vida al homenaje, resistimos a ser patrones y apatronados, resistimos y  ofrendamos la vida a la protesta al mejor de los memoriales,  el fuego de las calles de chile vive en mis venas corre con la pena de los pobres, y la venganza de los caidos,  sobre vuestro polvo y memoria destruiremos la democracia y todo gobierno que proteja las diferencias sociales con armas balas y fuego, con poemas letras y obras, con esta carta a la memoria, a mi, para no olvidarte de esta rabia, para no quedarme al borde del camino.

Me busco
Negro Vargas
1979

jueves, 20 de diciembre de 2012

Santiago Pena - Negro Vargas

…Yo lo vi en la tele, ,  taba tirao en el piso con lo brazos abierto como el niño jesu
El papa le había metido cuatro balas al niño jesu, y taba tira tieso como cuando  le ponían corriente
Por que los conchetumare los ponen  corriente , los roban las cosas y los ponen corriente.
Santiago le decia yo porque santiago se llamaba,
Santiaguito fue tu mami la que te trajo pa´ca  le decía yo.
 fue tu mami la que te trajo pa´ca  le decía yo.
El Santiago  era un hombre grande de un metro ochenta,  con los brazos grandes,  se ponía a llorar como un niño y le hacía cariño :  tranquilito,  tranquilito le decía yo.
 Quería venganza por la corriente que le metían  al Santiago.  Fue tu mami le decía yo,
Un día  fue donde la mami,  y yo me imagino que le apretó el cuello, que con sus brazos  grandes le cortaba el  aire,  y  llego  el papito,  el papito  que no entendía nada y le puso uno y Santiago  seguía apretando, le puso dos y seguía  con  fuerza mi hombre, le puso  tres y hasta cuatro le puso pa poder quitarle la fueza  a mi  hombre, al Santiago,
El papi le puso cuatro balas… pero  yo sé que fue la mami la que lo mato siempre son las mamis.

Santiago pena. 
Negro Vargas
1985



domingo, 23 de septiembre de 2012

Hacia un teatro conjunto 2 - Negro Vargas

Teatro

Consciencia

Explicándolo de la manera mas simple posible,  y tratando  de  no ser simplista con la situación real del problema, en  nuestra sociedad  existen  opresores y oprimidos,  manejados por una ideología,  la del opresor, que se impone a través de miles de formas distintas  y llega  como un mar que tranquilo  nos baña innunda y contamina todo,  este mar ideológico , esta pared tiene fisuras, fisuras que han sido provocadas por las luchas históricas de los oprimidos,  por la conciencia que aun se mantiene  viva, por la resistencia, por  los espacios que se niegan a la pusilánime rutina del día a día,  con nuestro teatro ( digo nuestro entendido que hay quienes opinan distinto y planteándonos desde una opinión y no una verdad)  buscamos colarnos en estas fisuras, para convertirlas en grietas,  entendiendo que la lucha del teatro es la comunicación dialéctica, en oposición a la comunicación opresora que se plantea como una verdad incuestionable, como en los medios de comunicación masiva que son manejados con el objetivo de ejercer poder a través de ellos, mintiendo y generando pseudo-realidades,  pero es imposible para nosotros pensar en ignorar esta realidad teniendo en cuenta que el sentido del teatro al igual que la sociedad es para servir unos a  otros y no servirnos los unos de los otros,  por esto ponemos al servicio del rescate, de la re significación, de la dignidad de nuestra gente, de nuestros problemas y nuestros discursos, nuestro trabajo, como trabajadores ubicados en un contexto concreto  no podemos callar, no podemos  ignorar, no podemos  salvarnos solos. Tenemos la obligación como clase trabajadora de revelarnos contra el poder hegemónico . Es por todo esto que no podemos detener nuestro camino, no podemos dejar de andar , no podemos nunca dejar de creer no podemos nunca dejar de creer no podemos nunca dejar de creer no podemos nunca dejar de creer no podemos nunca dejar de creer no podemos nunca dejar de creer no podemos nunca dejar de creer no podemos nunca dejar de creer no podemos nunca dejar de creer no podemos nunca dejar de creer
,  no podemos conformarnos,  ya que conformarnos es admitir que nuestro futuro está en las manos de otros,  esta en las urnas,  en el senado, en el las cámaras, municipalidades etc.  No podemos permitirnos eso,  sabemos que los cambios sociales nacen  en otra parte, porque lo hemos vivido, porque la vivencia histórica así lo ha comprobado,  trabajamos en pro de eso  de la construcción y en contra del capitalismo, por sobre todo  del  capitalismo  presente  dentro de cada uno de nosotros,  de lo que  es  la introyección del opresor dentro de nosotros .


No hacemos teatro para los oprimidos,  somos los oprimidos que buscan en el teatro la oportunidad de  una vida distinta,  una herramienta para generarla, una herramienta entre otras, una herramienta que  es nuestra arma, un arma que como cualquier arma  no tiene ningún sentido, ya que el sentido  se lo otorga quien la utiliza


Hacia un teatro conjunto 2 - Negro Vargas
1981 

jueves, 16 de agosto de 2012

Carne Amarga - Negro Vargas

A mi, un día, me sacaron peloteado,   de donde estaba  tenía  que  salir  por un pasillo largo, bajar unas  escaleras,  después  llegaba  a otra pieza y de ahí al camión,  en el pasillo me  tabas  esperando  los gendarmes, todos,  a puros palos  me  hicieron avanzar,   me daba  lo mismo, ya me habían  pegado  antes,  ya  me  había hecho  el callejón  oscuro,  me  daba  lo mismo,   pero después  cuando  llegue a la otra pieza me hicieron  hacer  gimnasia,  me hicieron  hcaer  sentadillas,  y  mientras  hacia, me  pegaban palos  en las piernas,  palos en la espalda, patadas  en la cabeza,   y cuando  me caí,  yo pensé  que iban a parar,  siempre  paran  cuando  ya no te puedes levantar,  yo  ya sabgraba  hace  rato,  pero  la sangre  no los para,  los para  que no te puedas  mover,  yo  deje  de  sentir las piernas  y no me podía  mover, tenia  todo helado,   tenía  puro  frío,  y todo  me  dolía el  triple,   pero  ellos  no pararon,  siguieron,  siguieron pegándome,  en la  cabeza,  en la espalda  en lkas piernas  apuros  palos, a puras  patadas,  y  alguien dijo,  ya  no se les vaya  a pasar la mano,  alguien dijo  ya  parate pa ir  al  camión,  yo me paré  o quise pararme, pero  no pude,  no pude mover las piernas,  no pude,  yo  no dije  nada,  y nadie dijo nada,  todo  se volvió  silenscio, ,  uno dijo, ya este  weon  se va a  Santiago,  asi  que ahora  va a ser problema de ellos,  y  entre  cuatro  me agarraron  y  me  tiraron  adentro del camión, me tiraron tan  fuerte que choque  con el fondo  del  camión y me  rompi la  frente, la sangre  taba  calentita,  rica y cuando cerraron el camión,  yo  me  di  vuelta  de espaldas,  me  estaba  ahogando,  y  derrepente  desde  adentro  de  mi,  desde  la guata  me  salió una  risa  tan  grande,  una  risa  tan  grande,  se me cayeron los  pulmones  de la risa,   con la  boca  abierta  era como  un túnel  gigante  que  vomitaba  risa,  y  no podía  parar,  y me  vine  riendo  todo el viaje,  cuando  llegaron me dijeron  bajate,  uno  delos  gendarmes me vio,  y   me dijo,  podis  bajarte,  yo no le dije  nada,  me  agarro  y me tiro  pa  abajo , aterrice con la cabeza,  y uno  de los  gendarmes de acá  me dijo, ya  tranquilo  viejo,  ya  tay  en  Rancagua,  acá la mano  es distinta,  yo  no pude  caminar. 

 Vo no digay na   vo no digay que  eno eris tu,  ese  que eray tu, ese ya no existe,  aquí  somos todos  otros,  y  el  que  te  dice  esto  no soy yo,  te lo dice  el  que yo  era,  aquí nadie  es  aquí todos  fuimos  o vamos  a ser,  lo  único  que somos aquí  es  culpables,  
Pero  yo de verdad…
Tu de verdad nada,  tu  de verdad  acepta,  si  te  dicen  que  tu robaste,  tu di que robaste  el doble,  si  te dicen  que mataste  a alguien  utu dices  que  mataste  a tres,  aquí,  todos  mienten,  aquí nadie  es.  Aquí  somos  todos  el fracaso  vivo,  pero  somos  un sueño,   todos somos  Michael  corleone, somos  todos  alca pone,  somos  todos  culpables,  a ca  no hay espacio  para los inocentes,  solo hay espacio para los mentirosos.


Aquí todos mienten  mijo,  esa es la única verdad,  aquí todos mienten

Extracto de la obra carne amarga
CARNE AMARGA
Negro Vargas 
1981

domingo, 29 de julio de 2012

Retrato de una Madre - Ramón Angel Jara

Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor
y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados.

Una mujer que siendo joven tiene la reflexión de una anciana
y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud.

Una mujer que si es ignorante descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio
y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños.

Una mujer que siendo pobre se satisface con la felicidad de los que ama
y siendo rica daría con gusto su tesoro por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud.

Una mujer que siendo vigorosa se estremece con el vagido de un niño
y siendo débil se reviste a veces con la bravura del león.

Una mujer que mientras vive no sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan,
pero después de muerta daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla de nuevo un solo instante,
por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus labios.

De esa mujer no me exijáis el nombre si no queréis que empape con lágrimas vuestro album porque ya la vi pasar en mi camino.

Cuando crezcan vuestros hijos leedles esta página y ellos, cubriendo de besos vuestra frente,
os dirán que un humilde viajero, en pago del suntuoso hospedaje recibido,
ha dejado aquí para vos y para ellos un boceto del retrato de su Madre.

Ramón Angel Jara

lunes, 4 de junio de 2012

Hacia un teatro conjunto - Negro Vargas

Una idea de camino: 
Lo siguiente  se plantea  como una ficción de lo que  podría  llegar a ser  el  sentido  que  tomara  el camino ya  recorrido,  aquí  no  encontrará  nadie  una verdad  sobre como hacer las cosas,  si no que una manera  de  hacerlas,  obviamente  no  es la única,  y  no pretende  serlo,  ya  que me sentiría  profundamente  responsable  por  quienes  asi  lo pensasen  y fracasen  en  el  intento,  dadas  mis  condiciones  y contexto  puedo definir  una  cierta  idea  de  camino   a  seguir, tomando  en cuenta  como base el camino  transitado.  Un texto  teatral y  por  lotanto  político.
Capítulos
Ojos  nuevos
 En un viaje al  sur pude  re-ver los  grandes paisajes  de  este  país,  y  creo  que no es  el  caso excusivo  de  este paí,  en  algún momento  cuando  era niño  pensaba  en lo  lindo  que  eran tales paisajes,  y  ne la  inmensidad  de  estos,  ahora  creo  que   la  injusticia que  genera la propiedad privada  es uno de los grandes males  que  se le  pueden hacer  a la  humanidad,  el  sentido  de pertenencia  de la tierra se basa en un principio  ilegal,  por  lo  cual  es ilegal  hace  usufructo  de  esto,  es  decir ,  dado los márgenes  jurídicos  de “legalidad”   la compra  de un terreno es legal, pero  si  avanzamos  en  eso  en  algún  momento   todo  parte  de la  arbitrariedad  de  alguien  que  dice  esto  es  mío,  por  lo tanto  debe ser devuelto, es decir,  cuando  alguien  se hace  de manera  legal  de  un producto que  fue  robado, a pesar  de haber  pagado  este  es  confiscado   por lo tanto  la tierra  no  puede  ser  la excepción,  ninguno de nosotros  ha  estado  el suficientemente  tiempo  en la tierra para  decirse  dueño de esta,  la tierra es  lo suficientemente  grande  para  todos  nosotros, para  satisfacer  todas nuestras necesidades,  como entra  el teatro  en  este pensamiento?  Tiene que  ver conla concepción de  comunidad  una comunidad  es  :
Futbol futbol futbol
La sociedad de competencia  genera  competencia, una  ecuación  al parecer  simple  eliminando  al sistema   se  elimina  la  necesidad de  competencia  que  ha implantado  el  sistema, si  la competencia   fuese (y  digo  fuese  porque  tengo la duda)  una necesidad  que  es  inherente  al  ser  humano, es la necesidad  que  ha de cumplir  el  deporte,   la  necesidad  de  eterna  supremacía del  futbol  es  lo que  lo ha hecho  perdurar  en el  tiempo,  es  decir  al igual  que  el teatro  no tiene  un  final,   ni una final de copa  del mundo  es  tan  eterna como  se plantea,  ya que  cuatro  años  más tarde  no significa  nada,  es  siempre  una  competencia  contra otra,  claramente  en  un  mundo  nuevo  las  comunidades  futbolísticas no tendrían  que  representar  naciones-estados,  sino  otro  tipo de organizaciones  donde  la fraternidad  deportiva  sean  las  predominantes,  ya que  si  creo y  de  esto no tengo dudas,  la fraternidad   es  inherente  al ser  humano,  ningún  niño  nace  competitivo,  aprende  a serlo,  aprende  a  oprimir,  aprende  a  someter, y  dadas  las  características  del sistema  que  genera  poder,   encuentra en  el  sometimiento  placer.

Por la negación  del  estado  y  toda  jerarquía burguesa  por  muy  democrática  y popular que  se  autodenomine,   encontramos  una  contradicción   en  la necesidad  de  este para la realización de  nuestro  trabajo,

El arte burgues  esta  hecho para la burguesía,  por eso  yo  no lo entiendo,  y me siento  tonto, inferior,   fuera  de  un  generíco  denominativo de  “arte” por lo tanto  nos  toca  re valorar  quitar  el monopolio artístico.

La mayoría  de las  teoría  teatrales  mas políticas  y  de  subversión  de  las   condiciones  de  opresor y oprimido  fueron hechas  antes  de la  masificación de la televisión,  en  si  teatro  y  e televisión  son  algo muy similar  pero   entendidos  de manera  muy  distinta,  el  teatro  esta  integrado en el inconsciente  como  una  ficción,  nunca  en la historia  del  teatro  una  muerte ha  sido  motivo  de  exaltación dentro de la escena  como  para  creerla  real,  del mismo  modo  entiendo la televisión,  como una  ficción ,  ficción  hecha  para  dominar,  por  lo tanto  por muy  real  que  paresca  o  que pretenda  ser la televisión  al pasar  por  una selección,  desde  la selección  física  del  rectángulo que  graba,  hasta  la línea  programática   de cada  canal de televisión   podríamos definir  esto como una  puesta  en escena,  una puesta  en  escena  que   como tal  elge  cosas para  mostrar  y  deja  cosas  fuera  de  el,  esta selección  destruye  toda  realidad  y genera  un foco  de  esta  por  lo tanto  una  visión  sobre algo,  una  versión, un  punto  de  vista, y  esto  genera  una  ficción,  quizás basada  en la realidad pero  no mas  que  una  obra  de  teatro que  también  tiene  su raíz  en la realidad.

Dos
No  existe mejor  forma de hacer teatro  que  la forma  que  encuentra  cada  comunidad con sus características  para  realizar  el teatro,  el  teatro  tiene  un  objetivo.,  distinto  siempre,  con motivaciones  distintas  siempre,  dentro de  mi contexto y mis motivaciones  este  fue mi camino,  y  creo y quiero  que sea  así el camino  por  el cual  transitar,

Tres
Ningún trabajo asalaraiado  es digno,  es  fácil ser  radical  cuando  se entiende  bien  un  problema,  porque  es  algo  ciertamente  objetivo,  no  es  que  la lucha de clases  sea o no  sea  posible  en  el sentido   de  bondad  o maldad  de las clases  dominantes,  es decir   no se trata  de  si la clase  alta  es  buena  o mala,  si  es  egoísta o solidaria,  si  es   atea o  creyente,  se trata  de su existencia,  su existencia esta basada  en  un principio  ilegal,  y por lo tanto  debe ser destruida, quizás  no  su destrucción  como  seres  totales,  pero  si  su destrucción  como clase, y como  sostenedores del sistema.

Si coincidimos  con la tesis de Boal, que cada  persona tiene la capacidad de autodefinirse desde un discurso, creo que esta definición, simpre  será un discurso de transición, y será hecho desde el problema,  el problema de nosotros los oprimidos, es que consideramos  nuestra existencia como un problema,  un problema que parte  en la  explicación del propio sentido  de habitar el mundo,  ese  discurso,  de por sí, no debiese  ser un problema, pero  lo es debido a la malformación histórica de la sociedad de clases,  es decir,   se trasnforma en un problema  tras la deformación  del  discurso  de los opresores y oprimidos  como clase,  ya que  el propio discurso se hace desde  ese lugar,  uno se comprende  como un ser social, y oprimido, u opresor,  pero  no es desde  el  nivel  histórico, es  decir,  uno no es  oprimido u opresor  por que el flujo de la  historia sea ese,  es porque  el flujo de la historia se ha deformado,  por lo tanto   el discurso  de existencia es  un  discurso de inclusión,   está  visto  desde  el “problema” ya que  poco  saben  que  son  dentro  de este  sistema,  se pueden  autodefinir pero   en relación  a como  los  afecta  la  historia al ser  seres humanos  incompletos,  y  por  esta  deformación. Pero  al ser  corregida  la pregunta  sobre  la inclusión  debiese  desaparecer  y uno entenderse  a partir  de  como  yo  ser  humano  afecto  la historia,   esta  simple  operación dialéctica  nos  confirma  la situación  de  discurso  problemático  y temporal.   Digo  temporal y de transición por que tengo  la necesidad  de generar  esa imagen  para  terminar  con la estructura de clases,  es decir  generar  la imagen  de  que la estructura de opresión  llegará a su fin,  si no imaginamos  eso, difícilmente  lo  haremos.


 Hacia un teatro conjunto - Negro Vargas
1980

martes, 15 de mayo de 2012

El Pájaro Verde - Juan Emar

Así deberíamos llamar este triste relato. Recurriremos a su origen, si es que hay algo en esta vida que tenga origen.

Pero, ¡en fin!, es el caso que allá por el año de 1847, un grupo de sabios franceses llegaba en la goleta La Gosse a la desembocadura del Amazonas. Iba con el propósito de estudiar la flora y fauna de aquellas regiones para, a su regreso, presentar una larga y acabada memoria al "Institut des Hautes Sciences Tropicales" de Montpellier.

A fines de dicho año, fondeaba La Gosse en Manaos, y los treinta y seis sabios -tal era su número-, en seis piraguas de seis sabios cada una, se internaban río adentro.

A mediados de 1848 se les señala en el pueblo de Teffe, y a principios de 1849, entrando en excursión al Juruá. Cinco meses más tarde han regresado a ese pueblo acarreando dos piraguas más, cargadas de curiosos ejemplares zoológicos y botánicos. Acto conti­nuo siguen internándose por el Marañón, y el 1° de enero de 1850 se detienen y hacen carpas en la aldea de Tabatinga a orillas del río mencionado.

De estos treinta y seis sabios, a mí, personalmente, sólo me interesa uno, lo que no quiere decir, ni por un instante, que desconozca los méritos y las sabidurías de los treinta y cinco restantes. Este uno es Monsieur le Docteur Guy de la Crotale, de 52 años de edad en aquel entonces, regordete, bajo, gran barba colorina, ojos bonachones y hablar cadencioso.

Del doctor de la Crotale ignoro totalmente sus méritos (lo que, por cierto, no es negarlos) y de su sabiduría no tengo ni la menor noción (lo cual tampoco es negarla). En cuanto a la participación que le cupo en la famosa memoria presentada en 1857 al Institut de Montpellier, la desconozco en su integridad, y en lo que se refiere a sus labores durante los largos años que los dichos sabios pasaron en las selvas tropicales, no tengo de ellas ni la más remota idea. Todo lo cual no quita que el doctor Guy de la Crotale me interese en alto grado. He aquí las razones para ello:

Monsieur le Docteur Guy de la Crotale era un hombre extremadamente sentimental y sus sentimientos estaban ubicados, ante todo, en los diversos pajaritos que pueblan los cielos. De entre todos estos pajaritos, Monsieur le Docteur sentía una marcada preferencia por los loros, de modo que ya instalados todos ellos en Tabatinga, obtuvo de sus colegas el permiso de conseguirse un ejemplar, cuidar­lo, alimentarlo y aun llevarlo consigo a su país. Una noche, mientras todos los loros de la región dormían acurrucados, como es su costum­bre, en las copas de frondosos sicomoros, el doctor dejó su tienda y, marchando por entre los troncos de abedules, caobillas, dipterocár­peos y cinamomos; pisando bajo sus botas la culantrillo, la damiana y el peyote; enredándose a menudo en los tallos del cinclidoto y de la vincapervinca; y heridas las narices por el olor del fruto del manga­chapuy y los oídos por el crujir de la madera del espino cerval; una noche de vaga claridad, el doctor llegó a la base y trepó sigilosamente al más alto de todos los sicomoros, alargó presto una mano y se amparó de un loro.

El pájaro así atrapado era totalmente verde salvo bajo el pico donde se ornaba con dos rayas de plumillas negro-azuladas. Su tamaño era mediano, unos 18 centímetros de la cabeza al nacimiento de la cola, y de ésta tendría unos 20 centímetros, no más. Como este loro es el centro de cuanto voy a contar, daré sobre su vida y muerte algunos datos. Aquí van:

Nació el 5 de mayo de 1821, es decir que en el momento preciso en que rompía su huevo y entraba a la vida, lejos, muy lejos, allá en la abandonada isla de Santa Elena, fallecía el más grande de todos los emperadores, Napoleón 1.

De la Crotale lo llevó a Francia y desde 1857 a 1872 vivió en Montpellier cuidadosamente servido por su amo. Mas en este año el buen doctor murió. Pasó entonces el loro a ser propiedad de una sobrina suya, Mademoiselle Marguerite de la Crotale, quien dos años más tarde, en 1874, contrajo matrimonio con el capitán Henri Silure-Portune de Rascasse. Este matrimonio fue infecundo durante cuatro años, pero el año quinto se vio bendecido con el nacimiento de Henri-Guy-Hégésippe-Désiré-Gaston. Este muchacho, desde su más tierna edad, mostró inclinaciones artísticas -acaso transmisión del fino sentimentalismo del viejo doctor- y de entre todas las artes prefirió, sin disputa, la pintura. Así es cómo, una vez llegado a París a la edad de 17 años -por haber sido su padre comandado a la guarnición de la capital- Henrl-Guy entró a la Ecole des Beaux­-Arts. Después de recibido de pintor, se dedicó casi exclusivamente a los retratos, mas luego, sintiendo en forma aguda la influencia de Chardin, meditó grandes naturalezas muertas con algunos animales vivos. Pasó por sus pinceles el gato de casa entre diversos comestibles y útiles de cocina, pasó el perro, pasaron las gallinas y el canario, y el 1° de agosto de 1906 Henri-Guy se sentaba frente a una gran tela teniendo como modelo, sobre una mesa de caoba, dos maceteros con variadas flores, una cajuela de laca, un violín y nuestro loro. Mas las emanaciones de la pintura y la inmovilidad de la pose, empezaron pronto a debilitar la salud del pajarito, y así es como el 16 de ese mes lanzó un suspiro y falleció en el mismo instante en que el más espantoso de los terremotos azotaba a la ciudad de Valparaíso y castigaba duramente a la ciudad de Santiago de Chile donde hoy, 12 de junio de 1934, escribo yo en el silencio de mi biblioteca.

El noble loro de Tabatinga, cazado por el sabio profesor Monsieur le Docteur Guy de la Crotale y muerto en el altar de las artes frente al pintor Henri-Guy Silure-Portune de Rascasse, había vivido 85 años, 3 meses y 11 días.

Que en paz descanse.

Mas no descansó en paz. Henri-Guy, tiernamente, lo hizo embalsamar.

Siguió el loro embalsamado y montado sobre fino pedestal de ébano hasta fines de 1915, fecha en que se supo que en las trincheras moría heroicamente el pintor. Su madre, viuda desde hacía siete años, pensó en viajar hacia el Nuevo Mundo y, antes de embarcarse, envió a remate gran número de sus muebles y objetos. Entre éstos iba el loro de Tabatinga.

Fue adquirido por el viejo père Serpentaire que tenía en el número 3 de la rue Chaptal una tienda de baratijas, de antigüedades de poco valor y de bichos embalsamados. Allí pasó el loro hasta 1924 sin hallar ni un solo interesado por su persona. Pero dicho año la cosa hubo de cambiar, y he aquí de qué modo y por qué circunstancias:


En abril de ese año llegaba yo a París y, con varios amigos compatriotas, nos dedicamos, noche a noche, a la más descomunal y alegre juerga. Nuestro barrio predilecto era el bajo Montmartre. No había dancing o cabaré de la rue Fontaine, de la rue Pigalle, del boulevard Clichy o de la place Blanche, que no nos tuviera como sus más fervorosos clientes, y el preferido por nosotros era, sin duda, el Palermo de la ya mencionada rue Fontaine, donde, entre dos músicas de negros, una orquesta argentina tocaba tangos arrastrados como turrones.

Al sonar los bandoneones perdíamos la cabeza, entraba el cham­paña por nuestros gaznates y ya cuando la primera voz -un barítono latigudo- rompía con el canto, nuestro entusiasmo rayaba en la locura.

De entre todos aquellos tangos, yo tenía uno de mi completa predilección. Acaso la primera vez que lo oí -mejor sería decir "lo noté"; y aun me parece, lo aislé pasaba por mí algún sentimiento nuevo, nacía en mi interior un elemento psíquico más que, al romper y explayarse dentro como el loro rompiendo su huevo y explayán­dose por entre los gigantes sicomoros- encontró como materia en donde envolverse, fortificarse y durar, las notas largas de ese tango. Una coincidencia, una simultaneidad, sin duda alguna. Y aunque el tal elemento psíquico nuevo nunca abrió luz en mi conciencia, era el caso que al prorrumpir aquellos acordes yo sabía con todo mi ser entero, de los cabellos a los pies, que ellos -los acordes- estaban llenos de significados vivos para mí. Entonces bailaba apretándola, a la que fuese, con voluptuosidad y ternura y sentía una vaga compa­sión por todo lo que no fuese yo mismo envuelto, enredado con una ella y con mi tango.

Cantaba el barítono latigudo del Palermo:


Yo he visto un pájaro verde

Bañarse en agua de rosas

Y en un vaso cristalino

Un clavel que se deshoja.


"Yo he visto un pájaro verde...". Esta fue la frase -en un comienzo tarareada, luego únicamente hablada- que expresó todo lo sentido. La usaba yo para toda cosa y para toda cosa sentía que calzaba con admirable justeza. Luego, por simpatía, los amigos la adaptaron para vaciar dentro de ella cuanto les vagara alrededor sin franca nitidez. Y como además dicha frase encerraba una especie de santo y seña en nuestras complicidades -nocturnas, tendió sobre nosotros un hilo flexible de entendimiento con cabida para cualquier posibilidad.

Así, si alguno tenía una gran noticia que dar, un éxito, una conquista, un triunfo, frotábase las manos y exclamaba con rostro radiante:

-¡Yo he visto un pájaro verde!

Y si luego una preocupación, un desagrado se cernía sobre él, con voz baja, con ojos cavilosos, gachas las comisuras de sus labios, decía:

-Yo he visto un pájaro verde...

Y así para todo. En realidad no había necesidad para entendernos, para expresar cuanto quisiéramos, para hundirnos en nuestros más sutiles pliegues del alma, no había necesidad, digo, de recurrir a ninguna otra frase. Y la vida, al ser expresada de este modo, con este acortamiento y con tanta comprensión, tomaba para nosotros un cierto cariz peculiar y nos formaba una segunda vida paralela a la otra, vida que a ésta a veces la explicaba, a veces la embrollaba, a menudo la caricaturizaba con tal es especial agudeza que ni aun nosotros mismos llegábamos a penetrar bien a fondo en dónde y por dónde aquello se producía.

Luego, con bastante frecuencia, sobre todo hallándome ya solo en casa de vuelta de nuestras farras, era súbitamente víctima de una carcajada incontenible con sólo decirme para mis adentros:

-Yo he visto un pájaro verde.

Y si entonces miraba, por ejemplo, mi cama, mi sombrero o por la ventana los techos de París para de ahí pasar a la punta de mis zapatos, esa carcajada, junto con aumentar su cosquilleo interno, volvía a echar sobre todos mis semejantes una nueva gota de compa­sión y hasta desprecio, al pensar cuán infelices son todos aquellos que no han podido, siquiera un vez, reducir sus existencias todas a una sola frase que todo lo apriete, condense y, además, fructifique.

En verdad, yo he visto un pájaro verde.

Y en verdad, ahora mismo me río un poco y recuerdo y compren­do por qué la humanidad puede ser compadecida.

Una tarde de octubre fui de excursión a Montparnasse. Visitando sus diferentes bares por la tarde y sus boites por la noche, y después de suculenta comida, regresé a casa con la cabeza mareada, con el estómago repleto y con hígado y riñones trabajando enérgicamente.

Al día siguiente, cuando a las siete de la tarde telefonearon los amigos para juntarnos e ir de farra, mi enfermera les respondió que me sería totalmente imposible hacerles compañía aquella noche.

Recorrieron ellos todos nuestros sitios favoritos, y entre champa­ña, bailes y cenas, les sorprendió el amanecer y luego una magnífica mañana otoñal.

Cogidos del brazo, entonando los aires oídos, sobre los ojos u orejas los sombreros, bajaban por la rue Blanche y torcían por la rue Chaptal en demanda de la rue Notre Dame de Lorette donde dos de ellos vivían. Al pasar frente al número 3 de la segunda de las calles citadas, el pére Serpentaire abría su tiendecilla y aparecía en el escaparate, ante las miradas atónitas de mis amigos, tieso sobre su largo pedestal de ébano, el pájaro verde de Tabatinga.

Uno gritó:

-¡Hombres! ¡El pájaro verde!

Y los otros, más que extrañados, temerosos de que aquello fuese una visión alcohólica o una materialización de sus continuos pensa­mientos, repitieron en voz queda:

-Oh... El pájaro verde...

Un segundo después, recobrada la normalidad, se precipitaban cual un solo hombre a la tienda y pedían la inmediata entrega del ave. Pidió el pére Serpentaire once francos por la pieza y los buenos amigos, emocionados hasta las lágrimas con el hallazgo, doblaron el precio y depositaron en manos del viejo abismado, la suma de veintidós francos.

Entonces les vino el recuerdo del compañero ausente y, con un mismo paso, se dirigieron a casa. Treparon las escaleras con escánda­lo de los conserjes, llamaron a mi puerta y me hicieron entrega de la reliquia. Todos a una voz cantamos entonces:


Yo he visto un pájaro verde

Bañarse en agua de rosas

Y en un vaso cristalino

Un clavel que se deshoja.


El loro de Tabatinga tomó sitio sobre mi mesa de trabajo y allí, su mirada de vidrio posada sobre el retrato de Baudelaire en el muro de enfrente, allí me acompañó los cuatro años más que permanecí en París.


A fines de 1928 regresé a Chile. Bien embalado en mi maleta, el pájaro verde volvió a cruzar el Atlántico, pasó por Buenos Aires y las pampas, trepó la cordillera, cayó conmigo al otro lado, llegó a la estación Mapocho y el 7 de enero de 1929 sus ojos de vidrio, acostumbrados a la imagen del poeta, contemplaron curiosos el patio bajo y polvoriento de mi casa y luego, en mi escritorio, un busto de nuestro héroe Arturo Prat.

Pasó todo aquel año en paz. Pasó el siguiente en igual forma y apareció, tras un cañonazo nocturno, el año de gracia de 1931.

Y aquí comienza una nueva historia.

El mismo 1° de enero de aquel año -es decir (acaso dato superfluo pero, en fin, viene a mi pluma) 84 años después de la llegada del doctor Guy de la Crotale a Tabatinga- llegaba a Santiago, procedente de las salitreras de Antofagasta, mi tío José Pedro y me pedía, en vista de que había en casa una pieza para alojados, que en ella le diese hospitalidad.

Mi tío José Pedro era un hombre docto, bruñido por trabajos imaginarios y que consideraba como su más sagrado deber dar, en larguísimas pláticas, consejos a la juventud, sobre todo si en ella militaba alguno de sus sobrinos. La ocasión en mi casa le pareció preciosa pues ya -ignoro por qué vías- mi existencia de continua juerga en París había llegado a sus oídos. Todos los días durante los almuerzos, todas las noches después de las comidas, mi tío me hablaba con voz lenta sobre los horrores del París nocturno y me sermoneaba por haber vivido yo tantos años en él y no en el París de la Sorbona y alrededores.

La noche del 9 de febrero, sorbiendo nuestras tazas de café en mi escritorio, mi tío me preguntó de pronto, alargando su índice tembloroso hacia el pájaro verde:

-¿Y ese loro?

En breves palabras le conté cómo había llegado a mis manos después de una noche de diversiones y bullicio de mis mejores amigos y a la que no había podido asistir por haber ingerido el día antes enormes cantidades de comida y de alcoholes varios. Mi tío José Pedro clavóme entonces una mirada austera y luego, posándola sobre el ave, exclamó:

-¡Infame bicho!

Esto fue todo.

Esto fue el desatar, el cataclismo, la catástrofe. Esto fue el fin de su destino y el comienzo del total cambio del mío. Esto -alcancé a observarlo con la velocidad del rayo en mi reloj mural- aconteció a los 10 y 2 minutos y 48 segundos de aquel fatal 9 de febrero de 1931.

-¡Infame bicho!

Exactamente con perderse el último eco de la "o" final, el loro abrió sus alas, las agitó con vertiginosa rapidez y, tomando los aires con su pedestal de ébano siempre adherido a las patas, cruzó la habitación y, como un proyectil cayó sobre el cráneo del pobre tío José Pedro.

Al tocarlo -recuerdo perfectamente el pedestal osciló como un péndulo y vino a golpear con su base -que debe haber estado bastante sucia- la gran corbata blanca de mi tío, dejando en ella una mancha terrosa. Junto con ello, el loro clavaba en su calva un violento picotazo. Crujió el frontal, cedió, se abrió y de la abertura, tal cual sale, crece, se infla y derrama la lava de un volcán, salió, creció, se infló y derramó gruesa masa gris de su cerebro y varios hilillos de sangre resbalaron por la frente y por la sien izquierda. Entonces el silencio que se había producido al empezar el ave el vuelo, fue llenado por el más horrible grito de espanto, dejándome paralizado, helado, petrificado, pues nunca habría podido imaginar que un hombre lograse gritar en tal forma y menos el buen tío de hablar lento y cadencioso.

Mas un instante después recobraba de golpe, como una llamara­da, mi calor y mi conciencia, cogía de un viejo mortero su mano de cobre y me lanzaba hacia ellos dispuesto a deshacer de un mazazo al vil pajarraco.

Tres saltos y alzo el arma para dejarla caer sobre el bicho en el momento en que se disponía a clavar un segundo picotazo. Pero al verme se detuvo, volvió los ojos hacia mí y con un ligero movimiento de cabeza, me preguntó presuroso:

-¿El señor Juan Emar, si me hace el favor?

Y yo, naturalmente, respondí:

- Servidor de usted.

Entonces, ante esta repentina paralización mía, asestó un segun­do picotazo. Un nuevo agujero en el cráneo, nueva materia gris, nuevos hilos de sangre y nuevo grito de horror, pero ya más ahogado, más debilitado.

Vuelvo a recobrar mi sangre fría y, con ella, la clara noción de mi deber. Alzase mi brazo y el arma. Pero el loro vuelve a fijarme y vuelve a hablar:


-¿El señor Juan Em... ?

Y yo, con tal de terminar pronto:

- Servidor de ust...


Tercer picotazo. Mi viejo perdió un ojo. Como quien usa una cucharilla especial, el loro con su pico se lo vació y luego lo escupió a mis pies.

El ojo de mi viejo era de una redondez perfecta salvo en el punto opuesto a la pupila donde crecía una como pequeña colita que me recordó inmediatamente los ágiles guarisapos que pueblan los panta­nos. De esta colita salía un hilo escarlata delgadísimo que, desde el suelo, iba a internarse en la cavidad vacía del ojo y que, con los desesperados movimientos del anciano, se alargaba, se acortaba, temblaba, mas no se rompía ni tampoco movía al ojo quedado como adherido al suelo. Este ojo era, repito -hechas las salvedades que anoto- perfectamente esférico. Era blanco, blanco cual una bolita de marfil. Yo siempre había imaginado que los ojos, atrás -y sobre todo de los ancianos-, eran ligeramente tostados. Mas no: blanco, blanco cual una bolita de marfil.

Sobre este blanco, con gracia, con sutileza, corrían finísimas venas de laca que, entremezclándose con otras más finas aún de cobalto, formaban una maravillosa filigrana, tan maravillosa, que parecía moverse, resbalar sobre el húmedo blanco y, a veces, hasta desprenderse para ir luego por los aires como una telaraña iluminada que volase.

Pero no. Nada se movía. Era una ilusión nacida del deseo -harto legítimo por lo demás- de que tanta belleza y gracia aumentase, siguiese, llegase a la vida propia y se elevase para recrear la vista con sus formas multiplicadas, el alma con su realización asombrosa.

Un tercer grito me volvió al camino de mi deber. ¿Grito? No tanto. Un quejido ronco; eso es, un quejido ronco pero suficiente, como he dicho, para volverme al camino de mi deber.

Un salto y silba en mi mano la mano del rnortero. El loro se vuelve, me mira:

-¿El señor Ju... ?

Y yo presuroso:

-Servidor de u...

Un instante. Detención. Cuarto picotazo.

Este cayó en lo alto de la nariz y se terminó en su base. Es decir, la rebanó en su totalidad.

Mi tío, después de esto, quedó hecho un espectáculo pasmoso. Bullía en lo alto de su cabeza, en dos cráteres, la lava de sus pensamientos; vibraba el hilito escarlata desde la cuenca de su ojo; y en el triángulo dejado en medio de la cara por la desaparición de la nariz, aparecía y desaparecía, se inflaba y se chupaba, a impulsos de su respiración agitada, una masa de sangre espesa.

Aquí ya no hubo grito ni quejido. Únicamente su otro ojo, por entre los párpados caídos, pudo lanzarme una mirada de súplica. La sentí clavarse en mi corazón y afluir entonces a éste toda la ternura y todos los recuerdos perdidos hasta la infancia, que me ataban a mi tío. Ante tales sentimientos, no vacilé más y me lancé frenético y ciego. Mientras mi brazo caía, llegó a mis oídos un susurro:

-¿El señ... ?

Y oí que mis labios respondían:

- Servid...


Quinto picotazo. Le arrancó el mentón. Rodó el mentón por su pecho y, al pasar por su gran corbata blanca, limpió de ella el polvo dejado por el pedestal y lo reemplazó un diente amarilloso que allí se desprendió y sujetó, y que brilló como un topacio. Acto continuo, allá arriba, cesó el bullir, por el triángulo de la nariz disminuyó el ir y venir de los borbotones espesos, el hilo del ojo se rompió, y el mentón, al dar contra el suelo, sonó como un tambor. Entonces sus dos manos flacas cayeron lacias de ambos lados y de sus uñas agudas, dirigidas inertes hacia la tierra, se desprendieron diez lágrimas de sudor.

Sonó un silbido bajo. Un estertor. Silencio.

Mi tío José Pedro falleció.

El reloj mural marcaba las 10 y 3 y 56. La escena había durado 1 minuto y segundos.


Después de esto, el pájaro verde permaneció un instante en suspenso, luego extendió sus alas, las agitó violentamente y se elevó. Como un cernícalo sobre su presa, se mantuvo suspendido e inmóvil en medio de la habitación, produciendo con el temblor de las alas un chasquido semejante a las gotas de la lluvia sobre el hielo. Y el pedestal, entre tanto, se balanceaba siguiendo el ritmo del péndulo de mi reloj mural.

Luego el bicho hizo un vuelo circular y por fin se posó, o mejor dicho, posó su pie de ébano sobre la mesa y, fijando nuevamente sus dos vidrios sobre el busto de Arturo Prat, los dejó allí quietos en una mirada sin fin.

Eran las 10 y 4 minutos y 19 segundos.


El 11 de febrero por la mañana se efectuaron los funerales de mi tío José Pedro.

Al llevar el féretro a la carroza, debíamos pasar frente a la ventana de mi escritorio. Aproveché la distracción de los acompañantes para echar un vistazo al interior. Allí estaba mi loro inmóvil, volviéndo­me la espalda.

La enorme cantidad de odio despedida por mis ojos debió pesarle sobre las plumas del dorso, más aún si a su peso se agregó -como lo creo- el de las palabras cuchicheadas por mis labios:

-¡Ya arreglaremos cuentas, pájaro inmundo!

Sin duda, pues rápido volvió la cabeza y me guiñó un ojo junto con empezar a entreabrir el pico para hablar. Y como yo sabía perfectamente cuál sería la pregunta que me iba a hacer, para evitarla por inútil, guiñé también un ojo y, levemente, con una mueca del rostro, le di a entender una afirmación que traducida a palabras sería algo como quien dice:

- Servidor de usted.

Regresé a casa a la hora de almuerzo. Sentado solo a mi mesa, eché de menos las lentas pláticas morales de mi tío tan querido, y siempre, día a día, las recuerdo y envío hacia su tumba un recuerdo cariñoso.

Hoy, 12 de junio de 1934, hace tres años, cuatro meses y tres días que falleció el noble anciano. Mi vida durante este tiempo ha sido, para cuantos me conocen, igual a la que siempre he llevado, mas, para mí mismo, ha sufrido un cambio radical.

He aumentado con mis semejantes en complacencia, pues, ante cualquier cosa que me requieran, me inclino y les digo:

- Servidor de ustedes.

Conmigo mismo he aumentado en afabilidad pues, ante cualquier empresa de cualquier índole que trate de intentar, me imagino a la tal empresa como una gran dama de pie frente a mí y entonces, haciendo una reverencia en el vacío, le digo:

- Señora, servidor de usted.

Y veo que la dama, sonriendo, se vuelve y se aleja lentamente. Por lo cual ninguna empresa se lleva a fin.

Mas en todo lo restante, como he dicho, sigo igual: duermo bien, como con apetito, voy por las calles alegremente, charlo con los amigos con bastante amenidad, salgo de juerga algunas noches y hay por ahí, según me dicen, una muchacha que me ama con ternura.

Cuanto al pájaro verde, aquí está, inmóvil y mudo. A veces, de tarde en tarde, le hago una seña amistosa y a media voz le canto:


Yo he visto un pájaro verde

Bañarse en agua de rosas

Y en un vaso cristalino

Un clavel que se deshoja.


Mas él no se mueve ni pronuncia palabra alguna.

Emar, Juan: Diez, Ed. Universitaria, Santiago, 1971.

Escrito en 1937